Desde los grandes imperios de la antigüedad hasta el presente, el ser humano caído ha buscado ejercer control sobre otros. Una de las formas de hacerlo ha sido sumiendo a su prójimo en la oscuridad de la ignorancia y la mentira. Y esto se ha hecho y se hace por medio de la fuerza violenta e/o inocular las mentes de la gente con ideologías demoníacas.
Vemos, por ejemplo, en el Antiguo Egipto, cómo los faraones no permitían al pueblo aprender a leer y a escribir, buscando mantenerlo analfabeto para poder dominarlo sin tanto esfuerzo.
Si no sabes las leyes, nunca te enterarás de tus responsabilidades y derechos civiles, y no sabrás si los mismos gobernantes están siguiendo esas leyes o, por el contrario, las están corrompiendo.
El ignorante es fácilmente manipulable, y el líder impío ha encontrado su labor de adoctrinamiento mucho más fácil de llevar a cabo en las mentes altamente receptoras y moldeables de los niños. No es de extrañar que las ideologías ateístas de los siglos XIX y XX se hayan apoderado de la esfera de la educación para cómodamente inyectar su veneno anti-Dios y anti-Biblia en los niños.
Sabemos que el cruel y sanguinario dictador soviético Lenin martilleó los principios comunistas en las mentes tiernas de los niños rusos, inculcándoles que el capitalismo y la religión eran malos. Desde temprana edad, el régimen los sacaba de sus hogares para adoctrinarles en el comunismo y borrar todo pensamiento de Dios de su intelecto.
Bajo el yugo marxista en Cuba, Fidel Castro sacaba a los niños al patio y les decía que gritaran al cielo para que Dios les enviara dulces. Después de ello, les decía que Dios no existía pero que él sí tenía caramelos para ellos, y se los daba.
Hoy, en Corea del Norte, el gobierno comunista obliga a los súbditos del régimen a adorar al presidente “eterno” (el difunto abuelo de Kim Jong Un), a llamarle “Padre” y ¡a darle gracias en la mesa por la comida!
Por esto enseñamos a los niños la Biblia, para que desde pequeños adquieran el fundamento inconmovible de las Escrituras y reciban la Verdad misma: Jesucristo. De esta manera, su casa no se caerá jamás.